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Quizás recuerden la entrada que publiqué en este blog hace bastantes años, sobre cómo vaticinaba D. W. Griffith que sería el cine también en 2024 y que puede leerse aquí.
El artículo del Almanaque El Cine en realidad reproduce otro, del polifacético francés René Hervouin (1895 - 1957), piloto de bombarderos en la Primera Guerra Mundial, corredactor jefe de revistas cinematográficas, jefe de prensa de varias distribuidoras como Paramount en Francia, Cruz del Mérito Cívico, miembro de clubes gastronómicos y director de varias películas. Un artículo que ese mismo año también publicó en España el periódico La Voz de Asturias.
Vale la pena reproducirlo todo, incluida la presentación del anónimo periodista de El Cine:
El cinematógrafo está en pleno apogeo de su reinado.
Pero, ¿qué será el cine dentro de cien años? Un gran literato francés, Rene Hervouin, anticipándose hasta 2.024, ha escrito esta brillante fantasía que, como las de Julio Verne, quizá sean sobrepasadas por la realidad:
Estamos en el año 2.024. ¡Qué de cambios, de transformaciones y de hechos asombrosos! La electricidad, los rayos doble Z y las ondas hertzianas, absorben toda la atención de la época. El alumbrado de las grandes urbes se ha modificado totalmente. En lugar de las farolas molestas, de los arcos voltaicos, los tubos luminosos de mercurio corren a lo largo de las casas.
Todo ha sufrido una modificación profunda. El cine ha sustituido casi totalmente a la imprenta. También ha suplantado los carteles anunciadores, sustituyéndolos por carteles animados que instruyen e informan a la vez. Una casa de modas ha tenido la idea de proyectar en sus vidrieras, esmeriladas, su catálogo animado.
La prensa ha reducido su tiraje, pero utiliza las películas de una manera tan interesante como inesperada. En las fachadas de los grandes diarios y en una pantalla gigantesca se desarrollan los últimos acontecimientos del mundo entero. La telecinematografía [sic] sin hilos, descubierta desde hace algunos años permite proyectar la revista de una escuadra en el Pacífico a las pocas horas de terminada.
La industria del film ha cambiado de aspecto. Han desaparecido casi todos los locales dedicados a la proyección de películas y la ha sustituido el cinematógrafo del hogar. Los pisos se alquilan con teléfono y cinematógrafo.
El cine escolar está en su pleno desarrollo. En las Universidades, en las escuelas más modestas de pueblo, las lecciones de historia, de geografía, de botánica se explican con el concurso del film. La Prefectura de policía misma, en lugar de fichas de los malhechores conocidos posee trozos de películas en los que se les ve andar, gesticular. El Estado subvenciona y controla el Museo de la Historia, en el que se conservan las películas en las que se reflejan los diversos acontecimientos que interesan a la nación.
En lugar de los talleres de fotografía, existen numerosos establecimientos donde se hacen películas de los grandes acontecimientos familiares, bodas, bautizos, etc.
Las compañías ferrocarriles y las grandes compañías transaéreas hacen una formidable publicidad por medio de las películas. La cinematografía en colores es cosa corriente y así los comerciantes suprimieron los viajantes y envían a sus clientes en lugar de un muestrario, una película con su catálogo.
También utilizan las películas las agencias de matrimonios y en cualquier proyección al aire libre el espectador puede ver a las personas que desean casarse.
Pero sobre todo es en la publicidad donde la revolución ha sido más profunda. Se ha inventado el medio de proyectar las películas en las nubes, apareciendo las películas de un tamaño formidable. Así los transeúntes, con sólo levantar la mirada, leen una serie no interrumpida de anuncios de diversos comercios.
Un gran diario ha adquirido el derecho de proyectar en la capital, durante unas horas determinadas, los radio film que va recibiendo. Y no hay nada tan impresionante como ver aparecer en el cielo, con grandes letras de fuego: «Atención. Va a comenzar la proyección de los últimos cineradios [sic] del diario Luz».
Los despachos se suceden. Y desde todos los aviones, de todos los helicópteros, de los globos cautivos que ocupan los agentes de las aduanas, desde los bulevares y las terrazas, millares de personas se van enterando al minuto de las últimas noticias animadas.
En los estudios, que son millares, las compañías de artistas que se cuentan por millares, trabajan sin cesar... La película no cuesta más que cinco céntimos el metro. El cine triunfa por todas partes y sus rayos luminosos disipan las últimas tinieblas de la ignorancia y hacen del año 2.024 el del Progreso, la Ciencia y la Luz.
Los aciertos de Hervouin son asombrosos, la pérdida de importancia de los escrito frente a lo visual, las pantallas publicitarias en las fachadas, la desaparición de muchas salas cinematográficas y su sustitución por proyecciones domésticas, la casi inmediatez en la transmisión de las noticias, el uso del cine en la enseñanza, el «Museo de Historia» que es una filmoteca... Afortunadamente no acertó --todavía-- en las apabullantes proyecciones publicitarias sobre las nubes.
Para quienes vivimos el año pasado no nos parece que fuera «el del Progreso, la Ciencia y la Luz», pero quizás si alguien de 1924 hubiera podido vivirlo, sí le habría parecido que la humanidad ha progresado en muchos aspectos, sobre todo, científicos.