23 noviembre 2020

El intruso electrónico. Artículo en Diario de Avisos


Hace unas semanas, Benjamín Reyes, el director de DocuRock, me propuso presentar mi penúltimo libro, 
El intruso electrónico. La TV y el espacio doméstico, en ese festival, el acto se celebrará pasado mañana, el miércoles 25, en el salón de actos del TEA y consistirá en una conversación con el periodista y guionista Eduardo G. Rojas
Este último publicó ayer en su sección El Perseguidor, incluida en el Diario de Avisos, un artículo sobre el libro titulado: «Una caja no tan “tonta”», que con su permiso reproduzco a continuación:

Jorge Gorostiza, arquitecto, se ha especializado en cine, arte al que le ha dedicado varios libros que se ocupan de la vida y obra de cineastas (David Cronenberg y Peter Greenaway) o de la relación que mantiene el invento atribuido a los hermanos Lumière con la arquitectura. Cuenta además en su ya nutrida bibliografía con trabajos dedicados a los directores artísticos del cine español y al análisis de películas, entre otros.
Su libro más reciente no se ocupa, sin embargo, de cine, sino de la televisión, pero no de la televisión como llegó este aparato en los hogares españoles. El autor ya lo advierte desde las primeras páginas de El intruso electrónico. La TV y el espacio doméstico (Newcastle ediciones, 2019) al indicar que pertenece a la generación de la televisión, a la que nació con la irrupción de este electrodoméstico y a su paulatino dominio en los hogares. También a la que vio cómo el artefacto invadía las azoteas con aquellas antenas que hacían posible el milagro de observar imágenes en casa.
El libro está estructurado en nueve capítulos, cada uno de ellos con un título que avisa del tema que trata: El lugar en el hogar, Conexiones, Pulgadas fijas, Pulgadas móviles, El espacio del telespectador, Peligros en casa, Ficción en la realidad, Fuera del hogar y El castillo de cartón, este último segmento explica la imagen de la portada y avisa de cómo Jorge Gorostiza ha abordado los temas que hilvana en cada una de las partes. Una combinación entre el ensayo y la autobiografía ya que, como insiste el autor, la televisión llega a su casa cuando él era todavía muy pequeño lo que le da pie a describir la emoción que supuso contar con una pequeña pantalla en casa y reflexionar sobre el espacio en el que terminó por ubicarse.
A nuestro juicio una de los capítulos más interesantes del libro es el que propone e intenta resolver esta cuestión: el lugar que ocupó el nuevo aparato en los hogares, también en cómo transformó la fisonomía privada de nuestros hogares como también la del exterior, con ese bosque de antenas que hoy prácticamente ha desaparecido.
No se trata así de un volumen con ánimo teórico, un manual que explique la aparición y el posterior desarrollo del electrodoméstico en la vida privada y pública de aquella sociedad española de los años sesenta, sino de un libro en el que, además de reflexionar sobre la importancia física del televisor, se narra lo que significó para una generación de futuros telespectadores. De ahí que ocupara un espacio privilegiado en los hogares y que solía ser el salón o el salón comedor.
Las primeras emisiones de televisión en España comenzaron en diciembre de 1956 por lo que muchas personas de la generación del autor “creció con aquel aparato incrustado en nuestras casas, por lo que aunque no lo quisiéramos fue inevitable que influyera en nuestras vidas”, escribe Jorge Gorostiza en la introducción de la obra. Esto hizo posible, evoca a continuación, que “por primera vez haya tenido que reseñar mis propios recuerdos, porque quizás por mi provecta edad ya formo parte de la historia al menos, reciente, de este país”.
En El intruso electrónico converge el material ensayístico con el de los recuerdos y el resultado es un libro con notable interés no solo para quien vivió la irrupción de aquel aparato en los hogares españoles de esos años, sino su efecto en el paisaje urbano, un asunto, explica, que a “muchos profesionales les cuesta reconocer”. El autor se refiere a los “factores exteriores a la disciplina arquitectónica que influyen decididamente en las edificaciones y que deberían tenerse en cuenta en los proyectos”.
Otro momento interesante que propone la obra es cuando el escritor recuerda el momento en el que llegó por primera vez a su casa el televisor. Fue en 1963 y relata cómo gracias a este aparato hizo que “viniera más gente a mi casa”. Pero éste es solo uno de los argumentas que despliega Jorge Gorostiza para subrayar la importancia que desde entonces ha ido alcanzando el televisor, importancia que todavía mantiene pese al avance de otros dispositivos como son los ordenadores y el desembarco hace algunos años de la televisión por cable y la aparición de las grandes plataformas, monstruos audiovisuales que han cercenado en parte el monopolio que hasta bien entrado los años 80 del pasado siglo XX todavía disfrutaba un invento que, como se dijo, entró en casa con la idea de quedarse. De formar parte del mobiliario con una función útil: entretener. La televisión sirvió, igualmente, para reunir a la familia en torno al televisor así que actuó como elemento cohesionador. pero son características que se han ido transformando con el paso de los años, despojando de su utilidad -de hoguera en torno a la cual se congregaba la tribu para calentarse y de paso contar historias- por otra cosa. La televisión que recuerda el libro de Jorge Gorostiza ya no es la televisión de estos días que nos ha tocado vivir, es como si el invento se hubiera convertido en un aparato que ha perdido su utilidad, de las atractivas tareas, más allá de las técnicas, que disfrutó en un tiempo que ahora parece que fue mucho mejor.

Hasta aquí el texto de Eduardo G. Rojas. No sé si fue o parece mucho mejor, pero desde luego fue un tiempo completamente distinto.

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