En la anterior entrada de este blog hablaba de la exposición sobre la obra de Benjamín Fernández que se realizó en la Filmoteca Española. Entonces no me di cuenta, pero estaba cometiendo una injusticia, porque hace unos meses -concretamente entre el 19 de septiembre y el 28 de marzo pasados- se había organizado otra exposición, en el Museu Can Tinturé de Esplugues, con materiales de otro grande de la dirección artística en España, esta vez ya fallecido. Juan Alberto Soler tuvo una trayectoria espléndida, como diseñador y constructor llegando a dirigir algunas películas, su biógrafo ha sido el arquitecto Salvador Juan, quien junto a Rafael de España, ha escrito los textos de un interesantísimo libro, publicado con ocasión de la exposición, su título es Juan Alberto, director artistic, creador d'Esplugas City, tiene 123 páginas llenas de fotografías e ilustraciones y está editado por el Ayuntamiento d'Esplugues. Tengo que agradecerles a ellos que me dieran la oportunidad de unirme al homenaje a Juan Alberto escribiendo el prólogo del libro que reproduzco a continuación:
Hoy a comienzos del siglo XXI, cuando gracias a las nuevas tecnologías digitales cualquiera puede expresar sus ideas mediante las imágenes en movimiento, cuando casi todos llevamos una cámara en el bolsillo incorporada al teléfono móvil, hoy no podemos olvidar que el gran arte del siglo XX fue el Cine, ese que se proyectaba sobre grandes pantallas, dentro de unos colosales palacios cinematográficos -prácticamente desaparecidos-, que consiguió transportar a las multitudes hasta los más lejanos rincones de la realidad y la fantasía.
Esas películas no las creaban sólo sus directores, sino que se hacían, y se hacen, gracias a un equipo de grandes profesionales que trabajando juntos, consiguen elaborar un producto que a menudo es además una obra de arte imperecedera, casi como si se tratara de una catedral. Una comparación que ya empleó Luis Buñuel, cuando equiparó a los que "construyeron" Metrópolis con los artesanos anónimos que erigieron los templos góticos.
Entre estos profesionales hay unos con una importancia especial, aquellos que empezaron denominándose en España "decoradores" y hoy se les conoce como "directores artísticos" o "diseñadores de producción". Para comprender su papel fundamental en la elaboración de una película es suficiente saber que un director artístico es quien crea todos aquellos elementos que se ven en una película alrededor de los actores, abarcando su responsabilidad desde idear los espacios donde transcurre la acción, hasta elegir los objetos más pequeños que usarán los personajes, pasando por la transformación de la realidad adecuándola a los requerimientos de un guión predeterminado, un guión que además podrá enriquecer o mejorar gracias a la creación de esos espacios.
En España ha habido unos directores artísticos, unos constructores de decorados, unos atrecistas y sus ayudantes, que han estado entre los mejores del panorama cinematográfico mundial. Basta recordar que el primer español que obtuvo dos Oscares no fue Pedro Almodóvar -sin que ello disminuya todo su enorme talento-, sino el gran escenógrafo Gil Parrondo.
A pesar de que muchos autores han afirmado que en España nunca hubo una industria cinematográfica, lo cierto es que desde los primeros años del siglo hubo numerosas empresas con sus propios estudios, algunos de ellos con unas dimensiones y un equipamiento digno de los mejores de Europa, por ejemplo, Juan Antonio Bardem cuando en 1955 dijo que el cine español era «industrialmente raquítico», ese mismo año se produjeron sesenta y ocho películas y había en activo quince estudios entre Madrid y Barcelona, sin duda, el nivel de producción estaba por encima de la mayoría de países de nuestro entorno geográfico. Los mejores directores artísticos aprendieron en esos estudios, donde a veces era necesario usar la imaginación y la experiencia para salvar la carencia de recursos técnicos. De hecho, muchos de los rodajes de conocidas películas producidas por empresas extranjeras se han desarrollado en nuestro país, no sólo por sus paisajes, condiciones climatológicas o los bajos salarios, sino por la gran profesionalidad de estos verdaderos maestros de su gremio.
No se puede dudar que Juan Alberto Soler fue uno de estos genios y si pudiera caber alguna duda basta ver el magnífico material recopilado para esta exposición, los documentos personales, los diseños de decorados y el trabajo desarrollado para preparar las películas en las que trabajó, muchas de las cuales no hubieran podido realizarse sin ese trabajo fundamental. Estupendo pintor, sus dibujos, desde los más elaborados hasta los más rápidos, tienen una expresividad asombrosa.
Como bien explican los comisarios de esta exposición, Salvador Juan y Rafael de España, en el texto de este catálogo, Juan Alberto tenía una enorme facilidad para la expresión gráfica y además aprendió las técnicas cinematográficas con dos maestros, Pedro Schild -a pesar de que no era muy propenso a explicar sus secretos- y el arquitecto José Pellicer -que merecería un estudio-, gracias a ello era capaz, no sólo de crear espacios a escala real, sino además de construir ciudades y paisajes inexistentes, jugando con la ilusión y los trucos que se le pueden hacer al objetivo de la cámara. Además de un trabajador incansable, llegó a figurar en los títulos de crédito de más de una película al mes en un mismo año, fue el arquitecto que pudo lograr el sueño de muchos profesionales, construir un pueblo, Esplugues City, para desarrollar en él las más variadas y fabulosas ficciones.
Hay que agradecer el esfuerzo, la dedicación y el acierto de los artífices, antes citados, de esta interesante exposición, responsables además de reivindicar a Juan Alberto, una figura clave del séptimo arte. También se debe decir que estas actividades son imposibles de realizar sin el apoyo de las instituciones, en este caso el Ayuntamiento de Esplugues, y por último hay que agradecer sinceramente a los familiares de Juan Alberto, porque al haber preservado celosamente unos materiales y una documentación tan importantes, han logrado que ahora todos podamos conocerlos, aprendiendo y disfrutando, esta actitud debería servir como ejemplo a todos aquellos que han despreciado el trabajo de sus antecesores, permitiendo que documentos importantes hayan desaparecido, perdiéndose una parte fundamental de nuestro cine, por tanto, de nuestra historia y también de nuestra propia vida.
Esas películas no las creaban sólo sus directores, sino que se hacían, y se hacen, gracias a un equipo de grandes profesionales que trabajando juntos, consiguen elaborar un producto que a menudo es además una obra de arte imperecedera, casi como si se tratara de una catedral. Una comparación que ya empleó Luis Buñuel, cuando equiparó a los que "construyeron" Metrópolis con los artesanos anónimos que erigieron los templos góticos.
Entre estos profesionales hay unos con una importancia especial, aquellos que empezaron denominándose en España "decoradores" y hoy se les conoce como "directores artísticos" o "diseñadores de producción". Para comprender su papel fundamental en la elaboración de una película es suficiente saber que un director artístico es quien crea todos aquellos elementos que se ven en una película alrededor de los actores, abarcando su responsabilidad desde idear los espacios donde transcurre la acción, hasta elegir los objetos más pequeños que usarán los personajes, pasando por la transformación de la realidad adecuándola a los requerimientos de un guión predeterminado, un guión que además podrá enriquecer o mejorar gracias a la creación de esos espacios.
En España ha habido unos directores artísticos, unos constructores de decorados, unos atrecistas y sus ayudantes, que han estado entre los mejores del panorama cinematográfico mundial. Basta recordar que el primer español que obtuvo dos Oscares no fue Pedro Almodóvar -sin que ello disminuya todo su enorme talento-, sino el gran escenógrafo Gil Parrondo.
A pesar de que muchos autores han afirmado que en España nunca hubo una industria cinematográfica, lo cierto es que desde los primeros años del siglo hubo numerosas empresas con sus propios estudios, algunos de ellos con unas dimensiones y un equipamiento digno de los mejores de Europa, por ejemplo, Juan Antonio Bardem cuando en 1955 dijo que el cine español era «industrialmente raquítico», ese mismo año se produjeron sesenta y ocho películas y había en activo quince estudios entre Madrid y Barcelona, sin duda, el nivel de producción estaba por encima de la mayoría de países de nuestro entorno geográfico. Los mejores directores artísticos aprendieron en esos estudios, donde a veces era necesario usar la imaginación y la experiencia para salvar la carencia de recursos técnicos. De hecho, muchos de los rodajes de conocidas películas producidas por empresas extranjeras se han desarrollado en nuestro país, no sólo por sus paisajes, condiciones climatológicas o los bajos salarios, sino por la gran profesionalidad de estos verdaderos maestros de su gremio.
No se puede dudar que Juan Alberto Soler fue uno de estos genios y si pudiera caber alguna duda basta ver el magnífico material recopilado para esta exposición, los documentos personales, los diseños de decorados y el trabajo desarrollado para preparar las películas en las que trabajó, muchas de las cuales no hubieran podido realizarse sin ese trabajo fundamental. Estupendo pintor, sus dibujos, desde los más elaborados hasta los más rápidos, tienen una expresividad asombrosa.
Como bien explican los comisarios de esta exposición, Salvador Juan y Rafael de España, en el texto de este catálogo, Juan Alberto tenía una enorme facilidad para la expresión gráfica y además aprendió las técnicas cinematográficas con dos maestros, Pedro Schild -a pesar de que no era muy propenso a explicar sus secretos- y el arquitecto José Pellicer -que merecería un estudio-, gracias a ello era capaz, no sólo de crear espacios a escala real, sino además de construir ciudades y paisajes inexistentes, jugando con la ilusión y los trucos que se le pueden hacer al objetivo de la cámara. Además de un trabajador incansable, llegó a figurar en los títulos de crédito de más de una película al mes en un mismo año, fue el arquitecto que pudo lograr el sueño de muchos profesionales, construir un pueblo, Esplugues City, para desarrollar en él las más variadas y fabulosas ficciones.
Hay que agradecer el esfuerzo, la dedicación y el acierto de los artífices, antes citados, de esta interesante exposición, responsables además de reivindicar a Juan Alberto, una figura clave del séptimo arte. También se debe decir que estas actividades son imposibles de realizar sin el apoyo de las instituciones, en este caso el Ayuntamiento de Esplugues, y por último hay que agradecer sinceramente a los familiares de Juan Alberto, porque al haber preservado celosamente unos materiales y una documentación tan importantes, han logrado que ahora todos podamos conocerlos, aprendiendo y disfrutando, esta actitud debería servir como ejemplo a todos aquellos que han despreciado el trabajo de sus antecesores, permitiendo que documentos importantes hayan desaparecido, perdiéndose una parte fundamental de nuestro cine, por tanto, de nuestra historia y también de nuestra propia vida.
Aunque me temo que será difícil de encontrar, recomiendo este libro, evidentemente no por el prólogo, sino por el trabajo de sus autores y, sobre todo, del gran Juan Alberto Soler.
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