Acabo de leer el recomendable libro Mis almuerzos con Orson Welles que recoge las conversaciones que mantuvieron el genial Welles con el director cinematográfico Henry Jaglom, entre 1983 y 1985 en el restaurante de Los Ángeles Ma Maison, editadas años después por Peter Biskind, y que acaba publicar en España la Editorial Anagrama. Un volumen apasionante, muy divertido, interesante y finalmente muy triste, para quienes quieran saber cómo fueron los últimos años del director, actor y, sobre todo, bon vivant.
En estos diálogos se habla de las ciudades y de arquitectura muchas veces con opiniones muy tópicas que no reproduciré aquí, pero otras con ideas que pueden servir para reflexionar sobre el cine y la arquitectura, por ejemplo, cuando están hablando de la pirámide del Louvre y Jaglom le pregunta si I. M. Pei es un imbécil, entonces Welles le responde:
Presuntuoso. La arquitectura me interesa mucho, y estoy absolutamente convencido de que tengo razón. No me cabe la menor duda. Los arquitectos han conseguido efectos teatrales maravillosos con esos rascacielos de fachada de cristal, pero cuando te enteras de que están erigidos sobre una falla volcánica y de su altísimo consumo energético, y de que no puedes ni abrir la ventana en primavera, de que te podrías quedar encerrado en ellos sin calefacción, ni aire acondicionado, ni nada de nada, comprendes que están mal construidos. Hubo un momento muy breve, en que un grupito de personas planificó en Brasil edificios modernos muy interesantes, con grandes persianas que se podían abrir para dejar pasar el aire, lo cual les daba cierta cualidad humana. Porque yo opino que la arquitectura no deberá deshumanizar las ciudades. Por definición, la arquitectura ha de pertenecer al ciudadano al menos hasta cierto punto. En caso contrario se convierte en un monumento a la codicia.
Presuntuoso. La arquitectura me interesa mucho, y estoy absolutamente convencido de que tengo razón. No me cabe la menor duda. Los arquitectos han conseguido efectos teatrales maravillosos con esos rascacielos de fachada de cristal, pero cuando te enteras de que están erigidos sobre una falla volcánica y de su altísimo consumo energético, y de que no puedes ni abrir la ventana en primavera, de que te podrías quedar encerrado en ellos sin calefacción, ni aire acondicionado, ni nada de nada, comprendes que están mal construidos. Hubo un momento muy breve, en que un grupito de personas planificó en Brasil edificios modernos muy interesantes, con grandes persianas que se podían abrir para dejar pasar el aire, lo cual les daba cierta cualidad humana. Porque yo opino que la arquitectura no deberá deshumanizar las ciudades. Por definición, la arquitectura ha de pertenecer al ciudadano al menos hasta cierto punto. En caso contrario se convierte en un monumento a la codicia.
La verdad es que en el siglo XXI estos monumentos a la codicia han proliferado por todo el mundo y especialmente en España.
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