Hace poco tiempo comentaba la anterior película editada por la Fundación Caja de Arquitectos, dedicada a Álvaro Siza. El número 25 de su colección arquia/documental es El mundo de Buckminster Fuller, dirigido en 1971 por Bailys Glascock y Robert Snyder, que estaba casado con Allegra, la hija de Fuller y que coprodujo The Titan: Story of Michelangelo, un remontaje de una película alemana de los años treinta sobre Miguel Ángel Buonarroti, con la que obtuvo el Oscar al mejor documental en 1951, premio al que fue nominado siete años después por otro documental, The Hidden World, sobre los insectos.
Es muy interesante que además de documentales recientes se editen otros históricos como éste, sobre todo, cuando el criterio de selección se base en aunar su calidad cinematográfica con su interés arquitectónico. En este caso estos dos aspectos son indudables, aunque el primero se limita a un excelente montaje de declaraciones del propio Fuller, mezcladas con imágenes de algunas de sus obras.
Sin duda, lo mejor del anterior documental, el de Siza, es que el protagonismo recaiga en la palabra del arquitecto, en este otro este aspecto se exacerba ya que ni siquiera hay un diálogo, como en el antes mencionado, sino que todo lo que se oye -tampoco hay música de fondo- son las ideas de Fuller, que a veces son mucho más filosóficas que arquitectónicas.
Ya se ha alabado en otras ocasiones el trabajo que se está desarrollando en la Fundación con sus publicaciones tanto de libros como de documentales, y también en otras ocasiones se ha deseado que, a pesar de todas las crisis, esta labor no se interrumpa, esperemos que así sea.
Es muy interesante que además de documentales recientes se editen otros históricos como éste, sobre todo, cuando el criterio de selección se base en aunar su calidad cinematográfica con su interés arquitectónico. En este caso estos dos aspectos son indudables, aunque el primero se limita a un excelente montaje de declaraciones del propio Fuller, mezcladas con imágenes de algunas de sus obras.
Sin duda, lo mejor del anterior documental, el de Siza, es que el protagonismo recaiga en la palabra del arquitecto, en este otro este aspecto se exacerba ya que ni siquiera hay un diálogo, como en el antes mencionado, sino que todo lo que se oye -tampoco hay música de fondo- son las ideas de Fuller, que a veces son mucho más filosóficas que arquitectónicas.
Ya se ha alabado en otras ocasiones el trabajo que se está desarrollando en la Fundación con sus publicaciones tanto de libros como de documentales, y también en otras ocasiones se ha deseado que, a pesar de todas las crisis, esta labor no se interrumpa, esperemos que así sea.
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