Este es un blog sobre cine arquitectura y ciudad, pero a veces, puede uno permitirse una licencia, como es este caso. Llevaba tiempo queriendo escribir algo sobre El arquitecto, la obra de teatro de David Greig, pero ha sido hoy cuando al leer el, como siempre, magnífico artículo que escribe Marcos Ordóñez, en El País sobre la obra, por fin me decidí a escribir estas líneas al descubrir además que las representaciones en el Teatre Lliure finalizan mañana.
En noviembre del año pasado fui al Lliure a ver una estremecedora representación de Vida privada, la obra de Sagarra, con un Pere Arquillué magnífico. Allí vi que ya se estaba anunciando L'arquitecte, me hice la foto adjunta, quizás para recordar que yo también lo soy o lo fui y compré el texto de David Greig, que tenían en la librería La Central del Lliure.
No he tenido la suerte de ver a representación dirigida por Julio Manrique y por tanto no puedo opinar sobre ella, pero el texto es bastante convencional, trata sobre un arquitecto cincuentón en crisis, cuya obra más importante son unos horrorosos (al menos según las fotos que he visto del montaje barcelonés) bloques de viviendas inspiradas nada menos que en las piedras de Stonehenge, llamados Eden Park, pero insalubres y con problemas, cuya antagonista es una activista que reúne firmas para demolerlos, la mujer del arquitecto está un tanto demenciada, su hijo es gay y su hija, que trabaja en su estudio, hace escapadas nocturnas. Hay alguna línea de diálogo interesante relacionada con la arquitectura y el arquitecto al final -ya lo supondrán- toma conciencia de lo que ha sido su vida.
El argumento me sonaba, pero ha sido Ordóñez quien me ha recordado que la película The Architect (Matt Tauber, 2006), protagonizada por Anthony LaPaglia, está basada en esta obra teatral, por cierto, en la película los bloques son aún más horrorosos, si cabe, que en el montaje barcelonés.
Como habrán comprobado quienes han estudiado las películas con personajes que figuran ser arquitectos, se trata de un argumento repetido en muchas ocasiones diferentes que, como toda obra de teatro ha de enjuiciarse después de asistir a su representación y no puede hablarse de ella sólo a través de su texto, como no puede hablarse de una película sólo con la lectura de su guión.
Marcos Ordóñez dice en su artículo que la obra debería itinerarse y evidentemente sería estupendo que hubiera alguna oportunidad de verla en las periferias.
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