Cubierta del libro. Alianza Editorial, 2020 |
Hace tiempo ya publiqué en este blog un texto sobre Woody Allen y la arquitectura, ahora acabo de finalizar su autobiografía, A propósito de nada, un libro que se lee con facilidad porque es entretenido, aunque confieso que no he logrado reírme con sus comparaciones muy exageradas, para intentar que sean cómicas, y que a veces parecen chascarrillos decimonónicos; tampoco me han interesado sus horrorosos problemas legales, aunque sean muy instructivos para saber cómo funciona una parte de la sociedad actual y cómo cualquiera puede encontrarse de repente y sin quererlo, en medio de una situación inquisitorial; otra de las características del texto es la extremada humildad de su autor, a veces tan inmensa, que llega a parecer falsa modestia; en cuanto a lo que más nos interesaría a los aficionados al cine, a sus películas, habla poco de ellas y siempre muy bien de sus actores, pero insiste en que es un director descuidado, que planifica sus historias por intuición, dándole mucha más importancia al guión que al rodaje.
Como este es un blog sobre las relaciones entre cine, ciudad y arquitectura, es interesante reproducir parte de lo que escribe sobre varios directores artísticos, el primero Richard Sylbert, cuando menciona ¿Qué tal, pussycat?::
El director de arte era Dick Sylbert, un hombre extremadamente capacitado y extremadamente encantador pero que a mí jamás me cayó ben. Tenía una actitud demasiado sumisa con Feldman [Charles Kenneth Feldman]. Además, no paraba de soltar nombres de famosos. Pero no se podía negar que poseía talento y una personalidad divertida.
En los títulos de crédito de esa película aparece como director de arte otro gran profesional, Jacques Saulnier, quizás sea verdad lo que escribe Allen, pero Sylbert fue productor ejecutivo de esa película con Feldman y quizás por eso no quería arriesgar dinero y tuvo esa actitud «sumisa» ante su socio, de todos modos, Sylbert ya ha fallecido y no podrá comentar lo que escribe Allen.
También menciona a otro grande, Cedric Gibbons, cuando escribe sobre los inmensos y maravillosos áticos, con vistas sobre los rascacielos de Manhattan, donde vivían los elegantes protagonistas, casi siempre con un dry martini en sus manos, de películas rodadas en los años treinta y en los que Allen hubiera querido vivir, como creo que a casi todos los espectadores urbanícolas que hemos disfrutado con esas películas.
Allen además escribe sobre Santo Locuasto, con el que ha trabajado desde hace más de treinta años, cuando diseñó los escenarios de Días de radio, hasta Día de lluvia en Nueva York, en un total de veintiséis películas estrenadas en los cines, en todas las últimas excepto las filmadas en Europa:
Alice ofrecía un aspecto visual bonito, un triunfo de Santo Loquasto. Pobre Santo, ese genio de la escenografía, a quien yo cargaba con problemas insuperables sin darle nada de dinero y él aceptaba el «no hay dinero» y superaba todos los obstáculos haciendo un trabajo excelente. Por ejemplo: estoy haciendo una película cuya historia transcurre en Nueva York, en Jersey, en Los Ángeles, en diversos pueblecitos de todo el país, en estudios de Hollywood, en colinas, en campos de cultivo, todo, durante los años treinta, con carteles, coches, edificios y tiendas de la época, y le asigno a Santo un presupuesto minúsculo, y, ah, sí, no quiero salir de Manhattan ni un solo día. Todavía no he llegado a ello, pero si no habéis visto Sweet and Lowdown [Acordes y desacuerdos: Dulce y melancólico; El gran amante], con Sean Penn, hacedlo. Santo logró todo lo que acabo de mencionar y también consiguió que Alice fuera visualmente muy bonita.
Es una lástima que Allen no mencione el trabajo de escenografía de Vicky Cristina Barcelona, ni escriba más sobre su última película, Rifkin's Festival, porque habría mencionado al gran Alain Bainee, el arquitecto y escenógrafo que ha creado sus espacios.
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