13 diciembre 2014

La mirada desolada: La herida


Teatro Guimerá, 13 de noviembre de 2014
Que m’importe que tu sois sage?
Sois belle! Et sois triste! Les pleurs
Ajoutent un charme au visage,
Comme le fleuve au paysage;
L’orage rajeunit les fleurs
 
Madrigal triste, Charles Baudelaire, 1857

 
 
 
 
Baudelaire escribió que las lágrimas añaden un encanto al rostro, como el río al paisaje, plantea la desesperación extrema que conduce al llanto, como si pudiera considerarse un componente estético, sin tener que desligarse del sufrimiento humano. Hoy la cuestión es saber si la tristeza y la consternación se pueden representar, si se pueden filmar, incluso yendo más allá, si se permite en esta sociedad políticamente con doble moral.
En La herida el espectador sentado en su cómoda butaca observa a una mujer angustiada, ve cómo se desarrolla su vida cotidiana, mostrando sus afectos sólo a través de un chat en un ordenador, cómo intenta resolver los problemas de los demás, pero al mismo tiempo, no puede o no sabe ayudarse a sí misma, cómo se aísla en su habitación azul, casi sumergida dentro de una pecera de cristal o en el fondo de un océano de sufrimiento y observada por el público a través de la pantalla; el regreso a los orígenes, el viaje hasta el pasado, no sirve más que para rememorar y reafirmar el dolor de los reencuentros; tras el lapsus temporal, parece que ha habido un cambio, su integración en una sociedad “normal” de karaoke y alcohol, cuyos objetivos últimos son la adquisición de objetos materiales, en este caso de un coche, que le sirva a la protagonista para intentar modificar una relación finalizada, sin lograr el perdón de esa misma sociedad hipócrita que al parecer desea su bienestar.
Cómo entrar en la mente de una persona, cómo entrar en la enfermedad, en la impotencia y el dolor extremos. En La herida la cámara sigue sin reposo a la protagonista encuadrándola en primeros planos, evitando incluso el recurso de mostrar una conversación con cortes entre planos y contraplanos, sino haciendo movimientos de un personaje al otro, como si no se quisiera dejar de encuadrar a esa protagonista que aparece en todas y cada una de las secuencias. Una mujer imposible de olvidar gracias a la prodigiosa interpretación de Marian Álvarez, una intérprete a la que no se puede dejar de mencionar.
Antes se cuestionaba si se puede y se debe representar la desesperación. Viendo La herida la respuesta es evidente, sólo así, con inteligencia y sensibilidad, con la difícil virtud de la sencillez, el distanciamiento y la sobriedad, narrando desde un punto de vista neutro, sin juicios sentimentales, sin coartadas sicológicas, empleando un método complicado: permitir a los personajes moverse aparentemente solos, pero en el fondo bajo una planificación férrea que dirige sus recorridos, miradas y actitudes, sólo así se consigue sobrecoger y perturbar a ese espectador sentado cómodamente en su butaca.

Este texto lo escribí para la página encuentros con el cine, porque el pasado 13 de noviembre me invitaron a presentar a la película La herida y a su director Fernando Franco, esta actividad, organizada por Digital 104 para el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife en el Teatro Guimerá, se realizó durante todo este año que acaba y gracias a ella se pudieron ver una serie de películas y debatir con sus directores. Aún no se sabe si encuentros con el cine continuará el año que viene, pero esperemos que así sea.

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