14 febrero 2009

Lisboa, arqueología de los cines.


Primera versión de un artículo finalmente publicado en El País, El Viajero, el 31 de enero de 2009, con el título La Lisboa suave de Truffaut.
Los más jóvenes pronto olvidarán que sus padres les llevaron a ver películas proyectadas sobre grandes pantallas, sentados en unos enormes patios de butacas, decorados con cornisas y volutas recargadas, en lo que entonces se llamaban cines y ahora se conoce como minicines o multisalas. Todas las ciudades de nuestro mundo están perdiendo aquellos edificios, pertenecientes a una tipología arquitectónica heredera del teatro, que llegaron a formar parte del mayor espectáculo del siglo XX.
Así como hay aficionados que recorren los lugares dónde se han rodado películas, cabría proponer una nueva categoría que, como hacen los arqueólogos, buscase restos de aquellos cinematógrafos.
Lisboa es un lugar ideal para iniciarse en esta peculiar pesquisa. Si se buscan edificios lo más útil es ir al colegio de arquitectos de la ciudad y adquirir los libros que suelen editar, la sobria Guía de Arquitectura, Lisboa 94, publicada por la Associaçao dos Arquitectos Portugueses (Travessa do Carvalho, 25), sólo recoge cuatro cines. El más antiguo de ellos es el Tivoli del arquitecto Raul Lino, inaugurado en 1924, está situado en la Avenida da Liberdade y hoy alberga en su foyer una cafetería que ha respetado bastante el local. Ya que se está en esta avenida se puede seguir por esa acera yendo hacia el mar y se llegará al Condes (Avenida da Liberdade, 2), del arquitecto Raul Tojal e inaugurado en 1949, hoy transformado en un Hard Rock Café, pero con una curiosa alegoría en su esquina, un bajorrelieve en el que entre la Comedia, la Tragedia, la Dança y la Música, todas ellas mujeres, está el Cinema, el único varón y además con alas. Más abajo, en la Praça dos Restauradores, está o mejor estaba el magnífico Cinema Éden, inaugurado en 1937, obra del arquitecto Cassiano Branco, y hoy desvirtuado completamente, sólo se ha manteniendo parte de la fachada y además perforada, construyendo detrás un aparthotel fatuo y desproporcionado. Si continuamos hacia el mar nos encontraremos cerca del Arco da Bandeira, la bella fachada modernista del antiguo Animatógrafo do Rossio (Rua dos Sapateiros, 225) que, construido en 1907, hoy sigue siendo un local dedicado al espectáculo, pero un tanto peculiar, porque se ha convertido en un Vídeo Show y Peep Show. Enfrente de este cine situaron la redacción del periódico Lisboa, donde trabaja el protagonista (Marcello Mastroianni) de Sostiene Pereira, dirigida por Roberto Faenza en 1995.
Volviendo a la Avenida da Liberdade, en la acera opuesta y cerca del Tivoli, se encuentra el Sao Jorge, que afortunadamente sigue cumpliendo sus funciones gracias a haber sido adquirido por el Estado, en él se celebran festivales de cine y se puede entrar al amplio vestíbulo, subir a la primera planta y tomar algo en la cafetería o en el exterior sobre un balcón que también hace las veces la marquesina.
Si ya con todo lo dicho valdría la pena visitar Lisboa, aún falta una verdadera joya, casi como si fuera el Cementerio de los Elefantes para los traficantes de marfil. Al lado de la Embajada de España (Travessa do Salitre, 1), está el llamado Parque Mayer, entrando desde la calle se encuentran primero unos pilares con luminarias art-deco encima y a la izquierda el lateral pintado de rojo del Teatro Variedades, enfrente está el Maria Vitória, aún dando funciones y delante de la entrada del Variedades, el mejor de todos, el Cinema Capitólio del arquitecto Luis Cristino de Silva, inaugurado en 1931, uno de los locales más importantes de Lisboa, como lo demuestra haber sido el primero en el que se instaló una escalera mecánica. Parece que Frank Gehry iba a ser el encargado del proyecto de restauración de todo el Parque Mayer. Mientras tanto, como tantos otros cines, yace sucio, abandonado y en serio peligro de ser demolido; fue una suerte y un honor estar frente a la fachada de este coloso y verlo quizás por última vez.

Películas

En Lisboa el cine no se reduce a los edificios donde se proyectaba. El absurdo abismo entre España y Portugal ha logrado que sólo conozcamos unos cuantos cineastas de ese país, entre ellos el magnífico y longevo Manoel de Oliveira cuyo centenario se cumple este año. Se debe reconocer con vergüenza que en locales, como por ejemplo el restaurante Solar dos Presuntos (R. Portas de Santo Antão, 150), llenos de fotografías de actores y actrices lusos un español no los reconozca.
Quizás por eso Lisboa es más conocida en España por las películas que han rodado allí directores foráneos como Wim Wenders, que en El estado de las cosas (1982) mostraba a un equipo de rodaje perdido en las calles de la capital; en Hasta el fin del mundo (1991), que sucedía en 1999, todas las ciudades por donde transitaban los personajes habían cambiado, menos Lisboa en la que podían verse los tranvías amarillos que aún son un símbolo de la ciudad tan importante como sus monumentos más antiguos. Cuando mejor retrató la urbe Wenders fue en Lisboa Story (1994), en la que el recorrido del protagonista, entre música de Madredeus, grabando sonidos urbanos le lleva a varias infraestructuras, como el impresionante Acueducto de las Aguas Libres y el puente 25 de abril, ese Golden Gate reducido, que también ha aparecido en muchas películas, entre ellas, En la ciudad blanca (1982) de otro director extranjero, Alain Tanner, cuyo protagonista, Paul un marinero varado, interpretado por Bruno Ganz, frecuenta el British Bar (Rua Bernardino da Costa, 52) con su reloj de punteros que giran al revés, como si el tiempo pudiera retroceder.
Desde la casa del Dr. Pereira, de la antes mencionada Sostiene Pereira, se ve claramente el Mosteiro de Sao Vicente de Fora, donde mantiene sus encuentros con el padre Antonio y cuando Pereira al final toma conciencia de la dictadura que somete a su país y huye con un pasaporte falso, camina entre la multitud por la Rua Augusta hacia el Arco de la Libertad.
Otro de los monumentos de Lisboa es el elevador de Santa Justa y al lado estaba el restaurante donde François Truffaut situó en La piel suave (1964) la primera cena entre el escritor y la azafata, antes de convertirse en amantes y refugiarse en el Hotel Tivoli.
Volviendo al cine portugués, María de Medeiros incluyó en su película Capitanes de abril (2000) localizaciones reales donde se desarrolló la Revolución de los Claveles, entre ellos la Plaza del Carmo, donde, al lado de lo que queda de la iglesia del mismo nombre, está el cuartel de la Guardia Nacional Republicana en el que se refugió el siniestro Marcelo Caetano, en la película los actores Fele Martínez y Stefano Accorsi, este último en el papel del capitán Salgueiro Maia a quien se rindió Caetano, comandaban las tropas que sitiaban el edificio.

Libros

No hay demasiadas librerías dedicadas al cine en Lisboa, pero en las Alfarrabistas, establecimientos de libros de segunda mano o descatalogados, aún se pueden encontrar a buenos precios libros sobre todos los temas, incluido el cinematográfico, son recomendables las que se encuentran en la turística Rua Alcântara sobre la Estación de Rossio, en la Rua do Alecrim y la do Combro, todas ellas en el Barrio Alto. Hay fotografías y carteles originales, no demasiado baratos, en Cinema Scope (Rua do Monte Olivete, 40) una calle que desemboca enfrente del Museo de la Ciencia, delante del coqueto y bastante descuidado Jardín Botánico.
De todos modos si se habla de Cine en Lisboa es imposible olvidar la Cinemateca Portuguesa. En el Palacio Foz (Praça dos Restauradores), el mismo edificio donde está una de las oficinas de información turística y la tienda del Ministerio de Cultura, está la Cinemateca Junior, un museo que por su nombre puede parecer para niños, pero que interesará a todos los aficionados al cine. Su sede principal (Rua Barata de Salgueiro, 39) esté en un palacete con una escalera interior muy bella, por la que se accede a la biblioteca y las oficinas, detrás se construyó una nueva edificación, no demasiado afortunada arquitectónicamente, pero muy funcional, que alberga dos salas de cine y sobre ellas una buena librería, una terraza y la cafetería. Las publicaciones y ciclos de la Cinemateca son recomendables y es asombroso ver en las calles, al lado de las flechas que indican la situación de los monumentos históricos, otra que señala a los viandantes la dirección a seguir hasta la Cinemateca. Algo que existe en muy pocas ciudades españolas, una razón más para aprender de nuestros olvidados y a veces injustamente menospreciados vecinos.

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